La plataforma más austral del mundo lleva como nombre Fénix, el personaje mitológico que renacía de sus cenizas. Se encuentra a 60 kilómetros al sur de la Bahía San Sebastián, en la costa norte de Tierra del Fuego, fijada en el lecho marino, a 70 metros de profundidad, con un jacket de 4800 toneladas. Las olas de hasta seis metros del tormentoso mar la vuelven apenas un punto en la inquietante masa de agua helada, donde ningún ser humano sobrevive más de cinco minutos.
Aislados y en condiciones meteorológicas extremas, viven 130 hombres y apenas cuatro mujeres de 22 nacionalidades que pasan un mes en alta mar y otro en sus casas. LA NACION es el primer medio autorizado a permanecer una noche en esta plataforma, que en septiembre comenzó la producción de su primer pozo. Inyecta 5 millones de metros cúbicos de gas natural licuado a la red nacional a través del gasoducto San Martín. La opera la empresa TotalEnergies.
La única manera de llegar a Fénix es por helicóptero o en barco. El viaje es una aventura riesgosa y se deben pasar estrictas normas de seguridad. La aeronave es de última generación y todos los que suben lo hacen instruidos en un curso de supervivencia, con vestimentas térmicas e ignífugas, que incluyen baliza y tubo de oxígeno. Los vientos en estas latitudes australes pueden superar los 70 nudos y las corrientes marinas, los 3 nudos. Ante una eventual caída, el helicóptero puede amarizar con flotadores y esperar asistencia.
El viaje dura media hora. A medida que el helicóptero se aleja la costa, la ciudad de Río Grande desaparece, como un espejismo, y la isla de Tierra del Fuego se perfila con sus acantilados y la omnipresente cordillera de los Andes, que culmina en Ushuaia, lejana y distinguida con sus nieves eternas.
El agua del mar cambia de un todo marrón, a uno esmeralda. A la altura de Fénix, es azul puro y de somnífera belleza. La plataforma es una isla de metal, remota y distante. Entre grúas, tubos y estructuras metálicas que se funden unas con otras, se ven hombres en movimiento, asediados por el viento.
Fénix es la sexta plataforma que TotalEnergies opera en la cuenca austral. En septiembre de este año comenzó a operar uno de sus tres pozos. La inversión fue de 700 millones de dólares. A principios del 2025 ya estarán produciendo los tres, inyectado al país el 8% de todo el gas que la Argentina consumirá entre la industria y el sector doméstico. El ahorro para el país que producirá esta plataforma será sustancial: se necesitarán 15 barcos menos de GNL que se importan todos los años. Es el equivalente a alrededor de 2.000 millones de dólares.
Todas las plataformas tienen nombre de constelaciones: Hidra, Aries, Carina y Vega Pláyade, con quien Fénix está conectada por un gasoducto submarino de 36 kilómetros de longitud. Ambas plataformas evacúan el gas hasta la planta Río Cullen, con ductos sumergidos que cubren una distancia de más de 100 kilómetros. Así en el cielo, como en el mar, las seis plataformas se ven como indefensos puntos rodeados de amenazantes bocanadas marinas.

La estructura de Fénix se divide en un “jacket”, que es la estructura metálica que se fija al lecho marino, y un “deck”, que es la parte visible. Ambos se fabricaron en Ravena (Italia). Luego de un mes de navegación, llegaron al Mar Argentino. En el proceso de perforación, se ensambla a la plataforma un rig jackup”, que es donde están la torre y las dependencias donde viven los personas. Una vez que está en operación, el “rig” se retira y Fénix quedará funcionando automatizada.
Más de 3000 personas estuvieron involucradas en la construcción de la plataforma. Desde enero de este año hasta la puesta en marcha en mayo, todas las actividades en el mar se pueden mensurar en 1.500.000 de horas humanas de trabajo, 24 x 7. También es uno de los proyectos con menor huella de carbono por metro cúbico de gas.
Para hacer el gasoducto que la conecta a Vega Pláyade se usó la embarcación Castorone, de 320 metros de eslora, considerado uno de los barcos más grandes del mundo. Más de 600 hombres -entre ellos buzos expertos- trabajaron en esta obra.
“La actividad nunca para”, dice Pablo Zink, Leader de Startup de Fénix. Un barco soporte siempre está al lado de la plataforma, también es donde bajan y suben equipamiento. Si alguien llegara a caerse al mar, de la velocidad de su respuesta dependerá la vida o la muerte de la persona. En estas latitudes, el mar no tiene piedad. Mientras la embarcación se mueve por la acción de las fuertes corrientes, Fénix desafía esta fuerza y se mantiene inamovible. El efecto es hipnótico, las grúas trabajan todo el día. En los diferentes niveles, la dinámica es acelerada. Para descontracturar, tienen gimnasio y un cine.
“No puede haber margen de error”, dice Zink. Nacido en La Pampa, pasa, como todos, un mes afuera de su casa. “En tierra tenés que acostumbrarte a la rutina de las personas, que no cambia”, dice. Es lo que más cuesta. El inglés es el idioma oficial de esta isla metálica. “Convivimos en el trabajo y luego durante el resto del día”, admite. Se forman lazos fuertes de amistad. “Vivimos en otro mundo”, dice.

“Mis amigas de Francia no entienden mi trabajo, sólo saben que estoy en el fin del mundo”, dice Melisa Dumoulin. Su función es clave, su turno es de doce horas, pero ha llegado a estar dos días sin dormir. Desde su oficina, con una ventana a la plataforma, tiene pantallas que le informan en tiempo real el estado de la perforación, todo lo que sucede a 3000 metros de profundidad. ¿Cómo se perfora? Se diseña la orientación del pozo y se sigue un programa de perforación en forma remota, los hombres en el “rig” ensamblan los caños que penetran la tierra. La particularidad es que “se navega” el reservorio. El pozo vertical tiene 1100 metros, pero luego se sigue perforando horizontalmente hasta dar con él y se extrae desplazándose sobre el reservorio.
“Quiero demostrar que podemos”, confiesa Dumoulin. Ella y apenas otras tres mujeres son las únicas en la plataforma. En mayo llegó por primera vez a la Argentina. No sabía hablar ni una palabra de castellano. Ahora se defiende con un español argentinizado que le permite comunicarse sin problemas. Tiene su familia en Francia y su novio en Italia. Para verse con él utilizan una planilla en la que coordinan coincidir días en algún punto del mundo. Destaca el papel de ser mujer en un mundo de hombres. “Ellos cambian su comportamiento, son más amables”, dice. Y agrega: “Hasta se arreglan sus barbas”. Le gusta cuando tiene que trabajar de noche. “Hay más calma, el mar está oscuro, no se ve nada, somos la única luz en esta parte del mundo”.
“Se mueren por el asado”, dice Gabriel Cid. La cocina de la plataforma es un santuario en donde se fortalecen los vínculos y los trabajadores del mar se alejan por un momento de la rutina agotadora de la perforación. Está abierta todo el día por los diferentes horarios de los turnos. Siempre se ven grupos, o solitarios, comiendo a deshora. Cada diez días llega un barco con insumos. Las frutas y verduras vienen desde Comodoro Rivadavia. La carne y todo lo demás, desde Buenos Aires. “El comedor es una burbuja de humanidad”, grafica Cid. “Acá todos se relajan”, agrega. ¿Cómo hacer para dejar satisfechos a hombres y mujeres de 22 diferentes nacionalidades? Cid lo simplifica: “Hacemos un menú muy argentino, a todos les gusta”, dice.
La propuesta es de calidad. La empresa responsable es la misma que tiene a cargo los espacios gastronómicos del Teatro Colón: Grupo L. “Empanadas, milanesas y papas fritas”, cuenta Cid, son los platos más celebrados. “El flan es el postre que más piden”, dice. El clima, impiadoso, obliga a incluir guisos. Un clásico: el locro en días patrios. “Los extranjeros lo miran con desconfianza, pero lo prueban y les encanta”, cuenta Cid.
Hay cuatro servicios en el día, el desayuno es desde las 5 hasta las 7 y es fundacional: huevos fritos y revueltos, panceta, papas fritas, fiambres, facturas, panes, cereales y lácteos. El almuerzo, de 11 a 13, y la cena en dos turnos, de 17 a 19 hs y de 23 a 1 AM. Siempre se ofrecen dos tipos de carne, ensaladas, guarniciones y menú vegano. Cuando alguien cumple años, se le hace una torta y se lo festeja. Están analizando el menú navideño: la perforación no se puede detener. “Nos faltará vitel toné”, anticipa Cid, que tiene esposa y dos hijos. “Lo más difícil es estar lejos de ellos”, confiesa.
“Estamos en un lugar muy aislado”, reconoce Darío Cruz. Su puesto es crucial: está a cargo de la perforación, controla y coordina todas las actividades de Fénix. Un colega francés lo hace en el turno matutino. Entra a trabajar a las 6 PM y le cede la posta doce horas después, a las 6 AM. En estos días se están perforando dos pozos con una modalidad llamada “batch”, avanzan secuencialmente. Se espera que estén operativos entre finales de este año y los primeros meses del 2025. “Nunca imaginé que iría a trabajar en offshore”, dice Cruz. Es Técnico en Perforación y el mar es una realidad que pocos se atreven siquiera a soñar en su Tartagal natal. Tiene un hijo de 14 años. “Le cuesta imaginar mi lugar de trabajo”, afirma.
“Las noches son intensas”, dice. Los trabajadores en el “rig” (donde se lleva a cabo la perforación) tienen una tarea pesada. La torre metálica eleva tubos y en forma manual se los ensambla y luego se pierden en el fondo del mundo. Cruz está atento a todo. Mientras gran parte de los habitantes de la plataforma duermen, aquí la vida está encendida. En este sector se puede ver la rotación de esos tubos en cuyo extremo, a miles de metros de profundidad, los trépanos con los que se perfora penetran la corteza terrestre. “A veces se mueve”, dice Cruz sobre los ligeros movimientos que se perciben en la plataforma. Los trabajadores están enlodados y atentos. Por día avanzan entre 200 y 700 metros.
“Es importante tener pleno control de tu cabeza”, cuenta Cruz sobre la vida en Fénix. Para desconectar, va al gimnasio y espera los sábados, día de pizza y asado.
Fuente: La Nación